Será hoy objeto de nuestra meditación el celo del Sagrado
Corazón de Jesús. Se entiende por celo un deseo ardiente de la gloria de Dios y
de la salvación de las almas, y una actividad siempre en movimiento para
conseguir esos objetos. ¿Quién podrá debidamente ponderar cuáles fueron este
deseo y esta actividad en el Sagrado Corazón de Jesús? Un solo pensamiento era
el suyo, uno solo el que le hacía palpitar noche y día: glorificar al Padre
celestial y salvar al mundo. Si predica, si obra milagros, si anda a pie largas
jornadas, si toma parte en los banquetes de los pecadores, si se transfigura
glorioso en el Tabor o se deja aplastar como un gusano por sus enemigos, si
muere, por .fin, o si resucita, todo obedece a un mismo plan, todo tiene por
blanco glorificar a Dios, salvar al hombre.
El celo por esa empresa le tenía siempre inquieto y extasiado,
y le hacía hablar de sus próximos sufrimientos como de gloriosos triunfos. Al
dirigirse a Jerusalén la última vez para ser allí preso y crucificado se
admiraban los discípulos de que llevase el paso más apresurado que de
costumbre. Era su celo ardiente que le atraía como de sí a la realización de
sus constantes deseos.
¡Cómo contrasta esa actividad ardorosa del Corazón de Jesús
con la frialdad ordinaria del mío! ¡Ah! Es verdad. También el mío se mueve, se
agita, se acalora, se enciende, pero ¿es por la gloria de Dios? ¿es por el bien
de mis hermanos? ¿O es al contrario por viles intereses del momento, por
sutiles Puntos de honra, por miserables competencias del amor propio? ¡Ah! ¡que
el celo que me devora no es tal vez sino ambición, codicia, vanidad, esto es,
el celo del mundo!
¿Qué hago, en efecto, por la honra divina? ¿Cómo siento sus
injurias? ¿Cómo me esfuerzo en evitarlas o siquiera en repararlas? Si
estuviesen tan amenazados mis intereses como lo están siempre los de Dios,
¿estaría tan tranquilo y sosegado como estoy ahora en presencia de la
guerra impía que se le hace? ¡Ojalá no sea yo de aquellos mismos que, con su
flojedad y malos ejemplos, contribuyen a esa deshonra de la Religión y ruina de
las almas!
¡Oh Señor! Dame una chispa, una chispa sólo de ese fuego
abrasador que consumió tu Corazón; dámela para que experimente como Tú
la pasión de tu celo. Quiero ser Apóstol de tu gloria y de tu nombre, en la
medida que lo permitan mis fuerzas y condición. Con mi conversación, con mi
porte exterior, con mi influencia, con mis relaciones, con mi dinero, con mi
oración, procuraré trabajar cuanto pueda, para que seas cada día más honrado y
glorificado.
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