Se cansan los hombres y se exponen a gravísimos peligros, para adquirirse una
fortuna; atraviesan mares, desafían climas; todo les parece poco, si pueden
hacerse con un puñado de oro para pasar mejor esta miserable vida. ¡Cuántos, no
obstante, ven defraudadas sus esperanzas! y aún cuando consigan verse llenos de
riquezas, ¿acaso dan éstas, paz y felicidad a su corazón? Al revés, porque el
temor de perderlas o la tristeza de tener que abandonarlas con la muerte,
bastan para turbar la alegría de su posesión.
Alma mía, no busques con loco afán estas riquezas perecederas.
Sea tu mejor riqueza el Sagrado Corazón de Jesús. He aquí un tesoro que sin
gran esfuerzo puedes alcanzar. No has de emprender para ganarlo, largos viajes,
ni costosos trabajos, ni difíciles industrias, ni luchar con los elementos, ni
arriesgar la salud o la existencia. Todo esto lo hacen los hombres por el oro y
la plata de este mundo. Nada de esto exige de ti el Sagrado Corazón de Jesús.
Le tienes cerca; está a tu mano. Él mismo se te ofrece y convida. Sólo debes
querer ser rica, con las riquezas de éste para dejarse poseer con toda seguridad.
¿Deseas, alma mía, esta brillante fortuna? ¿Te decides a
querer ser rica con las riquezas de este Sagrado Corazón?
¡Oh vanas riquezas del mundo, que tantas veces han excitado mi
codicia! ¡Oh mezquinos tesoros de oro y plata, o mejor, de lodo y basura, en
los cuales suele poner el hombre su corazón! ¿Qué son en comparación de las
riquezas. eternas de ese Corazón Divino, tesoro de los bienaventurados y garantía
de toda su felicidad? ¡Qué necios son los hombres que se desviven por
alcanzarlos, sabiendo que van a morir, y que los han de dejar apenas hayan
empezado a poseeros!
¡Oh Señor, que eres la verdadera riqueza de tus elegidos! No
quiero otra cosa que a Ti, ni busco mejor tesoro. Estoy seguro de que si llego
a poseerte, ni ladrones, ni adversidades, ni la muerte misma me han de separar
de Ti. Los poderosos del mundo tienen suntuosos palacios; a mí me basta un
asilo en el nido amoroso de tu Corazón; se cubren con galas y joyas de gran
precio; yo sólo quiero para mi alma las joyas de tu gracia; se gozan ellos en
espléndidos banquetes y ruidosas músicas; a mí me basta saborear los inefables
consuelos de tu amor.
¡Oh Señor, riqueza inagotable! ¡Qué
pobre es el corazón que no te posee aunque posea todos los bienes de la.
tierra!
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