Es la amistad una de
las más apremiantes exigencias y a la vez una de las más dulces satisfacciones
del corazón humano. Nuestro corazón necesita comunicarse a otro; así en sus
alegrías como en sus tristezas; y esta comunicación afectuosa se llama amistad.
¿Quieres
una amistad verdadera? Ten por amigo al Sagrado Corazón de Jesús. A ningún otro
corazón podemos arrimarnos con más cierta seguridad de ser correspondidos. Es
amigo constante que no abandona, si no es primeramente abandonado. No es como
los amigos del mundo, que sólo te sirven tal vez en la prosperidad, y que te
olvidan en la aflicción. La amistad del Corazón de Jesús es firme para los que
le aman, hasta la muerte y más allá de la muerte.
Él velará como fiel amigo junto a tu lecho de agonía, y será tu fiador en
presencia del Supremo Juez. Busquemos, pues, esta amistad única, que no puede
resultar mentirosa. Sí, Jesús mío, admíteme en el número de los amigos de tu
Corazón.
Muchos amigos has tenido, alma mía, en este mundo, o muchos por lo menos se te
han llamado tales. ¿Lo han sido de veras? ¡Ah! ¡que nunca lo han sido para ti
como promete serlo el Corazón de Jesús!
Los amigos del mundo encubren muchas veces, bajo halagüeñas palabras, la
frialdad o quizás las miras interesadas. Son inconstantes, mudables, egoístas.
Los más firmes no pueden resistir a la separación forzosa que impone la muerte.
¿Quién fiará su corazón a tan vanas amistades?
No así, Tú, dulcísimo Jesús, amor mío, amigo mío; y no obstante, ¡cuán pocos
son tus amigos! ¡El mundo tiene concurridos a todas horas sus centros de
disipación y de maldades, y Tú encuentras apenas quien alrededor del Sagrario
te haga amorosa compañía!
Quiero ser de estos pocos ¡oh Divino Jesús!
para hacerme digno así de tu amistad. Quiero darte frecuente conversación, ya
que tus delicias mayores son tenerlas con nuestras almas. ¡Oh mi Jesús! ¡Oh mi
Dios! ¡Oh mi amigo! Seamos los dos amigos para siempre, y no se acabe nunca, ni
con la vida, tan dulce amistad.
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