El pecado ha hecho de este mundo, que debía ser un paraíso anticipado, un
verdadero valle de lágrimas. Las espinas con que a cada paso tropezamos nos
punzan dolorosamente y nos arrancan frecuentes gemidos. Así es que nada
necesita tanto el hombre durante esta vida mortal, como de consuelo. Consuelo
necesitamos de los contratiempos de la fortuna, en los dolores de la
enfermedad, en la pérdida de los que amamos, en las dudas de la conciencia y en
todos los momentos de la vida y en el muy crítico y angustioso de nuestro
último trance.
¿Dónde mejor podemos buscar este consuelo que en el muy
dulce y consolador Corazón de Jesús? ¿No han salido de él aquellas tan suaves y
amorosas palabras: “Venid a Mí todos los
que andáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré”?
¡Oh buen Jesús! ¡Oh único verdadero Consuelo de los corazones
angustiados! ¿A quién iremos sino a Ti en nuestras horas de amargura y
desasosiego? Cuando los intereses mundanos no aprovechan, cuando los amigos se
alejan, cuando las fuerzas faltan, ¿a quién acudiremos sino a Ti, fuente inagotable
de todo consuelo?
Y no obstante, alma mía, es Jesús el último a quien acudes en
tus horas de tribulación. Primero son para ti los amigos de la tierra, que ese
amabilísimo Amigo del cielo. Primero buscas un desahogo en el pasatiempo
mundano que en la dulce intimidad del Sagrario, donde te espera este
misericordiosísimo y compasivo Consolador.
Dime, ¿no llevas ya bastantes desengaños? ¿Qué herida de las
tuyas o qué dolor te ha calmado el mundo? ¿Qué bálsamo has encontrado en él
para endulzar las amarguras de la adversidad? ¿No ves que el mundo no gusta de
consolar a los que padecen, sino de adular a los dichosos? ¿Qué vas a buscar tú
que padeces, en ese mundo que no te ha de comprender? Sólo hay un asilo seguro
para los corazones heridos, y es el herido Corazón de Jesús.
¡Oh Señor!, a tu Corazón me acojo yo como al regazo de una
madre amorosa, para que me abrigues en él con tu calor, y me defiendas y me
consueles. Solamente Tú tienes consuelo para nuestro pobre corazón.
Alejaos, humanas consolaciones, vanas,
inconstantes, mentirosas. Sois como una copa de licor cuyos bordes son dulces
pero en cuyo fondo sólo se beben las heces amargas del desengaño. A Ti, Señor,
únicamente busco; en tu Corazón entro, y allí quiero permanecer. ¡Oh Dios de
todo consuelo! En Ti y sólo en Ti espera hallarlo mi desconsolado corazón.
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