El Sagrado Corazón de Jesús es modelo de la más perfecta obediencia. Para dar
el mayor y más fino ejemplo de ella, baja el Verbo a este valle de lágrimas, y
toda su vida mortal puede compendiarse en esta sola palabra: obedecer. Es Rey
de los cielos, y obedece. Es Dueño de todo lo creado, y obedece. Es árbitro
poderoso de cuanto existe, y no obstante obedece.
¿Y, a quién obedece? Además de la obediencia de continuo
prestada al Padre celestial, los demás a quienes obedeció fueron siempre
criaturas suyas, y por tanto infinitamente inferiores a Él. Le mandaba María,
le mandaba José, le mandaba el juez impío, le mandaban los verdugos. Y a todos
obedecía. Hoy mismo, en este augusto Sacramento obedece a la voz de sus
ministros, a quienes ha dado en cierto modo la facultad de mandarle colocarse
en nuestros altares.
¡Oh confusión de mi orgullosa independencia! El gusano vil no
gusta sino mandar y hacer su propia voluntad, cuando Dios mismo le da el
ejemplo de tan rendida obediencia! Avergüénzate aquí, corazón mío, y aprende
del Sagrado Corazón tan excelente virtud.
¡Oh Señor! Si toda tu vida fue
obedecer, la mía, infeliz y desdichada, fue siempre continua desobediencia. Soy
un miserable esclavo que nunca ha sabido más que rebelarse contra tu suavísima
voluntad. Mi rey ha sido mi gusto, mi regla los vanos antojos de mi veleidoso
corazón. Obedecías Vos, y yo insolente pretendía elevarme con el mando. Te
hacíais Vos esclavo, y yo quise darme en todo, aires de señor.
En mi corazón he levantado tronos y altares; pero no han sido
para Vos, sino para dar culto en ellos a mis ambiciosas pretensiones, a mi
insensata arrogancia. ¿Qué freno hubo que me contuviese? ¿Qué valla me pusiste
que yo no saltase? ¿Qué precepto me dictaste que yo no rompiese?
¡Oh siervo rebelde, digno del más infame castigo! ¡Oh mal
esclavo, merecedor de la cárcel perpetua! ¡Oh hijo porfiado, indigno de la
herencia de tan buen padre! Pero, perdóname, Jesús mío; perdona al extraviado,
que sumiso ya y lloroso vuelve a Dios. Manda, Señor, que a mí me toca obedecer.
Prometo desde hoy a tu ley, a tus inspiraciones, a tus ministros, a mis
superiores, formal, perpetua y decidida obediencia.
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