Fijemos hoy los ojos del alma en esta especial virtud del
Sagrado Corazón. Su generosidad ha sido para con nosotros tan grande, que mayor
no puede ya exigirla ni concebirla nuestra imaginación. Todo, todo, hasta sí
mismo, nos lo ha dado generosamente el Sagrado Corazón de Jesús. Mientras vivió
en carne mortal, se empleó todo en servicio del hombre; por él obró sus milagros,
hizo su predicación, se fatigó, sudó, derramó lágrimas y sangre.
Se acercaba la hora de su Pasión, y después de haberse
empleado todo por el hombre, inventó un milagro especial para poder darse a Sí
mismo en su verdadero Cuerpo y Sangre por medio del Santísimo Sacramento.
¿Podría dar otra cosa? Sí, todavía otra cosa. Vio al pie de la
cruz a su Madre, y aun de ella nos hizo al morir, generosa entrega. ¿Le quedaba
aún algo que dar? Unas pocas gotas de sangre quedaban en su Corazón, y ya
difunto, permite que se lo rompa un soldado, para que ni éstas dejen de derramarse
en provecho nuestro. Aun hoy se nos da a todas horas en nuestros altares, a
todos sin distinción, dispuesto siempre a ser generoso hasta con los más
ingratos.
De modo que por su inefable generosidad, es nuestra su
doctrina, es nuestra su propia Madre, son nuestros su Cuerpo y Sangre, es
nuestro su cielo. Sí, porque después de habérsenos dado por maestro, por
alimento y por redención, quiere por toda la eternidad ser Él mismo, y no otro,
nuestra recompensa.
¡Oh
generosidad inmensa de tan generosísimo Corazón!
¡Qué distante se halla de corresponder a esta sublime virtud del Sagrado
Corazón de Jesús, mi mezquino corazón! El suyo es todo generosidad; el mío es
todo egoísmo. Tal vez sirvo a Dios, es verdad; pero midiendo y escatimando mis
servicios, por temor de hacer siempre demasiado. Cuando no me obliga algo bajo
precepto de pecado mortal, me basta eso quizá para creerme ya desobligado. Me parece
que amo ya lo suficiente cuando no agravio, o que soy ya el mejor de los amigos
cuando no soy un traidor.
¿Qué hago por quien tanto hizo por mí? Cualquier sacrificio se
me hace imposible; cualquier respeto humano basta para detenerme. Y cuando me
resuelvo a hacer algo por mi Dios, ¿es desinteresado mi servicio? ¿Qué haría si
no me amenazara Él con el infierno? ¡Ah! Tal vez el mismo cielo no tuviera
para mí bastantes atractivos.
¡Oh criatura vil, que sólo sirve por temor o por la paga! ¡Oh
! diré con la Imitación "¿Cuándo habrá alguien, oh Señor, que se disponga
a servirte gratuitamente?"
Yo he de ser, ¡Jesús mío!, yo he de ser. Seré generoso, ¡oh
buen Jesús!, no me limitaré a lo que manda tu ley, sino que me extenderé a todo
lo que yo sepa que sea de tu mayor agrado. Tómalo todo de mí, ¡oh buen Jesús!:
cuerpo, alma, salud, fuerza, libertad, honra, intereses, vida.
De todo esto
te hago ofrenda, y en todo quiero que seas Tú única y exclusivamente
servido.
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